Tengo 63 años, hoy es 18 de Abril de 2021, segundo año de
pandemia. La incidencia sigue desbocada pese a los múltiples engaños
estadísticos que cada comunidad autónoma se inventa para que su índice de
incidencia acumulada no suba demasiado. Perdemos así la oportunidad de oro para
que a la llegada de Junio el país estuviese en cifras mínimas que permitieran
el inicio del despegue económico con el verano de por medio, ya que renunciamos
hace tiempo a ser un país más que de servicios. Se necesita valentía y muchos
arrestos para dar un golpe económico y echar abajo la economía que tenemos para
que en el futuro no estemos como ahora. Pero va a ser imposible.
A cada opinión de epidemiólogo ilustrado, los medios de comunicación anteponen la del dueño de bar cabreado porque su bar se hunde. Para cada Margarita del Val que dice que hay que ser más restrictivos y apoya el no fumar en las calles, como salvoconducto para no llevar mascarilla, aparecen en tromba abogados y jueces dispuestos a tumbar cualquier norma porque atenta contra la libertad. (¡Cuantos crímenes se cometen en tu nombre!. (Mme. Roland)). Así es que estamos condenados a seguir empantanados en esta cloaca.
Pero tan solo voy a recordar una cosa a los “terraplanistas”
que dicen que esto es nuestra idiosincrasia, por lo de vivir en los bares.
Miren, con mi edad creo que he podido vivir perfectamente la transición de mi país
desde la dictadura a la democracia. Soy hijo de un trabajador cualificado, o
sea que no he pasado grandes necesidades en mi infancia. Cuando era pequeño,
existían los bares, no se crean, haberlos habíalos, pero desde luego estaban en
el escalafón de uso para ricos. Estaban las tabernas de barrio, para el uso de
los trabajadores donde tomarse una copa de vino en la barra o en la piquera y alguna
tapa de queso o aceitunas y poco más. Los bares con tapas, con comida eran más
escasos y el acceso a ellos se consideraba “festivo”, o sea que tenía que ser
una fiesta renombrada para poder acudir a ellos a gastarse el dinero. Recuerdo
con cariño que, en el mes de Julio, mi padre nos llevaba a una freiduría en mi
barrio donde podíamos comernos una ración de calamares fritos y hasta podíamos
repetir, todo ello porque se había cobrado la extra de julio. Las terrazas
también existían, pero comedidas a la amplitud del bar en cuestión, y ahí ya sí
que te clavaban en condiciones.
Y de pronto, estos sociólogos de tres al cuarto, se me presentan diciendo que es que nuestra forma de vivir es esta, la de tener un bar cada quince metros lineales de ciudad, con terrazas que multiplican por mucho la superficie interna del bar, superficie de terraza debidamente acondicionada con mis impuestos y que ocupan de forma exclusiva ellos para obtener réditos económicos. (Dicen que la pagan, pero hagan cuentas de lo que cuesta ese terreno y verán como no la pagan). Y por supuesto el cómplice y necesario colaborador, el ciudadano de a pie. Que se queja y protesta de los impuestos, de la gestión política, de la sanidad, de las vacunas, de que está en paro y no encuentra trabajo, de… lo que ustedes quieran, pero que llena un dái tras otro las terrazas, y se gasta lo que no tiene, y se pone a dar voces porque no se entiende con tanta algarabía de mesas y en ese run-run de voces jode al vecino de arriba del bar que tiene que huir del piso, so pena de cometer un asesinato.
Y así nos va. Bares, bares, bares, no solo para que el
turista gaste, ¡quiá!, los bares los llenan los autóctonos, que les han dicho o
les han convencido de que esa es la forma de vida guay. Si no estás en el bar y
te dejas ver por tus vecinos pues eres un ermitaño, y pase lo que pase, lo
esencial no es tener servicios médicos abiertos y de calidad, lo que hay es que
tener bares abiertos. Es nuestra idiosincrasia. Pues no, será nuestra idiosingracia,
que me lo permita la RAE.
Se necesitan muchas agallas para cambiar esto en este país.
Pero si no lo hacen, y pronto, más vale que vayamos cogiendo las maletas y
emigremos, al menos los que consideramos que nuestro espíritu es otro: el del
trabajo callado y honrado, el de la celebración cuando toca, el de ayudar al
prójimo que lo necesita, el de pagar impuestos para exigir jubilaciones
decentes, y no cobrar toda tu vida en negro para después exigir dignidad en la
pensión que no has contribuido a crear. El de cumplir con las normas para poder
exigir que los demás las cumplan, y no excusarse diciendo que nadie cumple
aquí.
Se necesitan arrestos, y de eso no hay. Solo imitadores de
dictadores fascistas y buenistas que piensan que tenemos salvación.