viernes, 20 de agosto de 2010

¿Qué hacemos con los hijos?

Ando yo preocupado en los últimos tiempos por ver a qué punto hemos llegado con los hijos, con esa generación tan preparada que se cansan de decir nuestros políticos y que a un servidor aún le queda por ver si están verdaderamente cualificados para, efectivamente, enfrentarse a la vida que tienen por delante.
Lo pongo en mi presentación del blog, estamos ante unos tiempos duros, de cambio y de adecuación a las posibilidades y de nuevos retos, ante los cuales, permítanme ser un tanto escéptico, creo que no hemos preparado a nuestra juventud.
Esto no quiere ser un canto nostálgico y no trata de ser un concepto educativo porque no me considero cualificado para ello, pero si que quiere ser la recopilación de muchas de las experiencias que he vivido y que he recogido de muchos amigos y compañeros de fatigas.
Hemos tratado de hacer la vida más fácil a quienes nos suceden y en muchos casos lo hemos hecho tán fácil que las nuevas generaciones acceden a la vida real, sin un concepto claro de que es lo que significa.

Hemos rotado 180 grados la sociedad, donde antes se veneraba a los abuelos, y se cargaba la mano sobre los hijos, fruto de una sociedad tribal desarrollada durante siglos, hemos pasado a idolatrar la juventud y a dejar a un lado al estorbo de los mayores.
Según algunos antropólogos esa situación es muy peligrosa, y verdaderamente empiezo a darles pábulo, y conste que aunque dentro de la senectud no me considero aún abuelo.
Mi generación, empezó a trabajar con 16 años, la mayoría. Empezamos de aprendices y de chicos del taller, como mis amigos Diego y Jose Luis, el trato recibido no puedo decir que estuviese en ningún manual de buenas prácticas, porque desde las bromas propias de los mayores hasta soportar unos sueldos de risa, todo era un desconsuelo contínuo, del que nos animábamos todos juntos en los paseos los domingos por la tarde, (el sabado se curraba hasta mediodía).  
Allí fraguábamos nuestro futuro con determinación, cada cual quería pelear por mejorar en su parcela, por alcanzar mejores sueldos, por llegar a ser mejores, y ya puestos en como íbamos a transformar el mundo y para ello seguíamos asistiendo al bachillerato nocturno del Séneca, o del Averroes, y manteniamos vivo el espíritu de no dejarnos vencer por ninguna adversidad.
En todo caso la frase de nuestros padres, educados aún en mayores penurias era clara: "La vida no es un paseo entre algodones, es dura y hay que aguantar", y eso hicimos. 
Que yo recuerde y hablando con la pandilla de entonces, con una historia de vidas dispersas en el espacio y en el tiempo que hemos podido recuperar en parte gracias a los nuevos medios de comunicación, no ha conocido a ninguno de nosotros con baja autoestima, ni ningún problema conocido de depresión o similar.
Teníamos claro que para llegar a jefe del taller, de la imprenta, o de la oficina donde trabajábamos, era cuestión de perseverancia y aprendizaje y su punto de riesgo si querías montarte por tu cuenta, (¡que palizón te distes Diego!). 
Por cierto otro día debería hablar de la americanización de las costumbres académicas con tanta chorrada de graduación desde el parvulario al instituto.

Hoy veo a imberbes recién salidos de una facultad donde a duras penas les ha enseñado lo esencial, que no lo importante, presentarse y solicitar en la entrevista de trabajo si deben de ganar al menos 30.000 euros/año. "Porque para eso he estudiado". Y terminan aceptando salarios de 15.000 y un puesto que no va a acorde a lo estudiado. Y entonces se sienten humillados y mal pagados y terminan gastando la mitad del sueldo en psiquiatras, y trabajando por debajo de lo esperado por sus jefes. 
Eso si no te encuentras con que viene el padre a protestar porque al hijo "lo estas explotando" y no le tienes que decir que se lo lleve  acasa mantanerlo que seguro que le llora menos.
Si por el contrario su padre ha sido algo "duro" en su educación al menos tendrán un mínimo entrenamiento, porque si pensaban que su padre era un cabrito, cuando tienen jefe se dan cuenta de donde estan los verdaderos "cabritos". Y vuelta a deprimirse...
Tuve el caso de una señora que vino a disculparse un lunes por la mañana, porque su hijo se había quedado dormido porque había llegado de juerga a las seis y entrábamos a las 8, ¡y mandó a la madre!.
No creo que haya sido buena idea el que los sistemas educativos no distingan nada entre éxito con esfuerzo y fracaso con desgana, tanta facilidad para aprobar, tanto miedo a que hubiese repetidores o supensos, nos ha llevado a tener verdaderos ineptos titulados. La pega estriba en que en la vida real cuando trabajas para alguien, si fallas, te enseñan la puerta, excepto que seas funcionario. Y si no te has acostumbrado a esforzarte antes, dudo mucho que distingas entre lo bien y lo mal hecho. Lo que se trata es de descubrir las potencialidades de cada cual, no en seguir empujándole para llegar a ninguna parte.
En definitiva tenemos ante nosotros la que se dice en llamar la generación mejor preparada desde el punto de vista técnico, pero con una capacidad de sufrimiento de tolerancia al dolor y al desánimo, a los golpes de la vida, cero, como la cola.
Y posiblemente las situaciones que vemos de "balconing" y similares tan solo sean los esfuerzos desesperados de una juventud que sin alicientes, sin esperanzas, sin ganas de pelear por un futuro mejor, por esos ideales que desde mayo del 68 nos pusieron en pie, pues decidan que el coraje se demuestra así, saltando desde un balcon a la piscina de un hotel.

¿Quién ha dicho que hacerles la vida más fácil a nuestros sucesores los iba a hacer mejor? Soy un amante de la naturaleza en estado puro, de la zoología en todos sus ámbitos, y tengo en mi punto de mira, de forma perenne, como modelo de comportamiento humano y animal a los leones del Serengueti. En quinientos años que se conoce de su estudio, han sobrevido con reglas simples, en las que es necesario ser duro, y saber sobrevivir para poder aparearse y seguir procreando, sin perder de vista valores como solidaridad trabajo en equipo y respeto por los mayores. Si hubiesen seguido nuestro esquema posiblemente habrian desaparecido.

No necesariamente todo pasado fue mejor, pero deberíamos releer nuestra historia para poder aprender a mejorar.

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