Los payasos del Tour

Nada, que me ha dado por la vena deportiva, ahora que estamos en ese mes de Julio tórrido, donde las siestas sin el Tour no se entienden.

Y lo que tampoco entiendo es cómo, y escribo un día más tarde del calentón que me dió al ver las actitudes de los llamados "afisionaos", se multiplica la estupidez. 

Cuando lo razonable es que, debido a tener ya una población con más estudios, (eso dicen las estadísticas del ministerio del ramo) deberíamos tener gente más inteligente, cada verano la tele nos hace ver que no, que los payasos parece que crecen en las cunetas del Tour, o de la Vuelta, del Giro no hablo porque no nos han dejado verlo.

Verían ustedes a los cientos y cientos de fantoches que; ataviados con bañadores al estilo Borak, disfrazados de giliportes, enarbolando rotulitos de Presoak, banderas de mil y una regiones (principalmente de las vascongadas), en definitiva, casi todos los que poblaban ayer las carreteras de acceso al Tourmalet, hicieron que como aficionado al deporte me sintiera tremendamente avergonzado.

Parece que el hecho de saber que un ciclista es uno de los pocos especímenes deportivos que desarrolla su deporte de élite con una cercanía al publico que no tiene ningun otro deportista, lleva aparejada una cámara de tv, da rienda suelta para que los miles de gilipuertas que pueblan el mundo se den cita en estas etapas de la grand boucle, para hacer allí su show particular, y sonrojarnos a todos los que lo único que pretendemos es ver deporte.

En más de una ocasión algún descerebrado de éstos ha terminado dando con los huesos de un competidor en el suelo y obligando a su abandono, y no me consta que el ciclista se haya bajado de la bici y después de una "amable" conversación hayan tenido que operar al susodicho descerebrado de una cala metálica incrustrada en el ano.

¡Con lo bonito que era ver el ciclismo hace 20 años!, aquellas narraciones de la radio añeja, que se antojaban épicas, las pudimos trasladar a la imagen, ahora nos permitian en esas retransmisiones ponerles color, cuando Perico tenía sus pájaras, o Arroyo nos dejaba ese sabor amargo de lo que pudo ser y no fue.

Veíamos con envidia a esos aficionados que se subían dos días antes a las cumbres de la carrera para esperar el paso fugaz, de los esforzados de la ruta, para simplemente lanzar un ¡allez! o un ¡vamos!, y poco más porque aquellos era un visto y no visto. Y lo más a lo que se atrevían era a ponerse un gorro de publicidad y si eras muy aficionado la gorrilla del Kas, aquel mítico equipo.

Pero ahora, tenemos que aguantarnos en cada retransmisión con el cernícalo de turno corriendo al lado del ciclista, dando la palmadita en el culo (¿serán gays?) que le alegran la vida al pobre profesional, que recibe un castigo inhumano si las suma todas al final de la etapa. (Acabarán con moratones, digo yo).

Y es que no es la bandera o la pancarta, nada de eso, lo que el estúpido de turno busca es verse, es señalarse. Ya que no ha tenido lo que hay que tener para entrenar muchas horas y llegar a estar de protagonista real, pues se disfraza de pollo o de capullo, y ¡ale! a tener sus 10 segundos de gloria, bastante menos de los que decía McLuhan.

No exhiben las banderas para que sepamos de donde son, tan solo las exhiben porque tienen un móvil en la otra mano retransmitiendo a otro pobre idiotizado para que vea donde está. Y esa es toda su ilusión.

Quizás si las cámaras no se hiceran tan evidentes en la retransmisión, quitábamos a unos pocos de éstos de la carretera.